viernes, 22 de julio de 2016

3. UNOS QUE VIENEN Y OTROS QUE SE VAN. 2007-2011

Podría contar mil anécdotas de aquellos dos últimos años en el Herrera, pero esta es mi historia sevillista. 

En octubre de 2007 dimitió el hasta entonces mejor entrenador de la película, Juande Ramos. Manolo Jiménez, por su merecidísimo trabajo en el filial, se convirtió en el nuevo míster. La Champions llegó a Nervión y, a pesar de estos problemas, conseguimos el primer puesto en la fase de grupos de la Champions League, por delante del Arsenal, cayendo posteriormente en octavos por penaltis ante el Fenerbahçe.

En el año siguiente la plantilla empieza a perder calidad por la venta de, entre otros, Poulsen, Keita y Dani Alves. A pesar de ello se obtuvo la 3ª posición en el campeonato, logrando el récord histórico de victorias a domicilio e igualando la mejor marca de victorias en Liga, 21, conseguida dos años antes. El entrenador es siempre el primer responsable cuando las cosas van mal, pero cuando van bien su labor suele ser desconocida. Quizás convenga definir también qué es una buena temporada para el Sevilla de entonces y de ahora. No hemos cambiado tanto.

Podría contar mil anécdotas futbolísticas de estos dos años, pero no me apetece. Creo que todos los sevillistas conocen el Sporting de Braga, a Keisuke Honda o a Volkan Demirel.

 
A punto de repetir cuarto de la ESO, entro en el I.E.S. Nervión un 15 de septiembre de 2009 para hacer primero de bachillerato. Fue el día que conocí a mi hermano de otra sangre, pero al sevillista, el Ramón. El salón de actos a rebosar, los nuevos bachilleres en las últimas filas y dos sillas libres. Javi Salamanca y Pepe Alonso, mis únicos amigos del barrio en ese curso, me dicen que me siente en una. La sala se llena y solo queda libre el asiento de mi izquierda. Ya comenzado el acto llega tarde el ínclito. Saluda a todos los notas del instituto mientras el director sigue hablando, lo que forma revuelo. Se sienta a mi lado y me dice:

-¿Tú eres el portero del Cautivo, no? -A lo que le respondo que se equivoca, que ese es mi hermano-. Tú te pones en la portería, que tú achantas-. Minutos después me acoge en la primera santa fila de Primero C, donde conocimos, entre otros, a Alberto Moreno.


Deportivamente, la vida nos vengó, nos dio una segunda oportunidad aun cuando el Sevilla se equivocaba en la gestión de un gran club. Ya como abonados en Fondo, vimos como se sobrepagaba a esos jugadores que lo ganaron todo apenas dos años antes, junto a esos nombres (que no hombres) que se trajeron. Es la única explicación posible para que Renato y Duscher jueguen juntos en el mismo once titular. Una Copa del Rey espectacular, en la que el Sevilla volvió a dar la sensación de ser peor que sus rivales, pero que volvimos a ganar. Los mejores partidos del más cuestionado por su edad, San Andrés Palop Cervera. Quizás el mejor, el de la vuelta en el Camp Nou. La eliminatoria del Deportivo, con Caroline, mi intercambio de París, pasada por agua en Nervión. La destitución de Manolo Jiménez me cogió en París de intercambio, una absoluta injusticia periodística. El gol de Rodri, en Almería y de chilena tras un centro de Navas que no pudo rematar correctamente Squillaci. Mientras el chaval, de 19 años, se quitaba la camiseta y celebraba haciendo un flip-flap, vasos, servilleteros y sillas volaron por el Tea & Coffee de Viapol. Nos metía en el último minuto de la prórroga de la Liga en una Champions en la que ni llegamos a entrar por una mala gestión de José María Del Nido y Monchi. Ahí comenzó la ruina.

Y la final de Copa. La primera cola mortal que hicimos para conseguir esta entrada. A partir de aquí, puede decirse que la historia del Sevilla es hacer colas asquerosamente organizadas en la que a los aficionados se nos trata como a animales. Menos mal, diez años de desplazamientos masivos han servido para que se den cuenta de que tienen que abrir las puertas del Estadio para hacer la cola en condiciones. El Sevilla ganó la final del sombrero 2-0 a un Atlético de Madrid temible al que humillamos en la grada siendo la mitad que ellos. El respeto que se pidió aquel día nos fue concedido hasta el final, cuando a los atléticos, orgullosos en la derrota, les tocó cantar. Muy parecido a nuestra última final en el Calderón.


Un canterano debutaba ese día cubriendo nada más y nada menos que al  jugador con más calidad que ha dado la Carretera de Utrera: Antonio Luna contra José Antonio Reyes. Los goles, de otros dos canteranos, Diego Capel en la primera parte con el eterno 16 a la espalda y Jesús Navas al final para cerrar el encuentro. Después de lo visto el domingo, cambiando el rival por el estadio, se me parecen mucho las dos últimas finales de la Copa del Rey. Tras el pitido del árbitro se escuchó más a los atléticos, que durante el partido solo dieron color a la grada. Lo mismo que nosotros en el Calderón. La primera Copa dedicada a nuestro canterano más querido. Ese verano el Barcelona nos quitó los pajaritos de la cabeza en la Supercopa de España, la segunda final que pierde el Sevilla.

Y llegamos a la temporada 2010-2011, el único año en el que coincidimos en el mismo instituto mi madre (como profesora), mi hermano y yo. El año de segundo de bachillerato, las fiestas de los dieciocho cumpleaños y de Mallorca. Daría lo que fuera por volver un día a esa etapa de mi vida en ese instituto que tiene por nombre el barrio del sevillismo. Dos empates en casa y una derrota frente al Hércules, además de la descalificación de la Champions antes comentada, provocó la destitución del mariscal Antonio Álvarez y la llegada del profe Manzano. En invierno fichamos un nuevo centro del campo, Iván Rakitic y Gary Medel, pero vendimos a Luis Fabiano al Sao Paulo. La temporada transcurrió jugando en la banda de Navas, quien se lesionó dos veces, pero Negredo asumió su papel de Luis Fabiano marcando 26 goles en todas las competiciones, además de los 21 de Freddy Kanouté. Perdimos cinco partidos en casa, los cuatro primeros en apenas dos meses, frente a Mallorca, Getafe, Almería y Espanyol. No se destituyó a Manzano hasta final de temporada.

El quinto que perdimos es el que mejor recuerdo: Sevilla 2 Real Madrid 6. 7 de mayo de 2011, sábado de Feria. Tras años de jugar a la Play y estudiarme la carrera en el ordenador, mis ojos están cansados. El oftalmólogo, a toro pasado, me explicó que no segrego lágrimas. Bien, pues aquella fue la segunda vez en mi vida que lloro a moco tendido, esta vez de orgullo y de impotencia, de rabia, mientras me partía la garganta en Banco de Pista de Fondo y Cristiano Ronaldo nos humillaba. Ya había discutido en el Ramón Sánchez Pizjuán antes, cuando la grada se dividió con Jiménez, pero ese día lo entendí aun menos. Me dijeron que me sentara, que querían ver el fútbol, mientras que yo les gritaba que se levantaran, que no hemos venido a ver a Cristiano, sino a los Biris. Y a cantar con ellos.
Había gente tan jodida de la cabeza en aquella grada que ni pintarlos con los peores colores los hubiera hecho más extravagantes o aterradores. Y aquellos colgados, unidos al resto de la afición que se apelotonaba detrás de la portería de gol norte (hay que decirlo: una mayoría perfectamente normal), conformaban el principal espectáculo que ofrecía el Sánchez Pizjuán. Sí, ya sé; nadie paga una entrada para mirar a una grada. Pero ¿quién en su sano juicio pagaría por ver noventa minutos de centros pasados de Rafa Paz? Los de abajo, los que corretean en calzoncillos por el césped, no son los protagonistas, son las estrellas invitadas. Los fijos somos nosotros. Los espectadores que se sitúan en otras localidades muchas veces se preguntan qué se hará ante un partido importante en gol norte, esperan que la animación sea atronadora, que desde ese rincón del estadio se cree una olla a presión. Que gol norte cumpla su rol como si se tratara del goleador o del hombre de más talento del equipo. Incluso se enfadan en alguna huelga de animación, confiriendo a esa grada, aun con insultos o reproches, involuntariamente, su verdadero papel de protagonista. Crea el ambiente, pone en tensión a los rivales, es capaz de hacer llorar a un jugador contrario.

Cuando terminó, el resto de la grada no volvió a decirnos nada. Muy al contrario, el sevillismo del Banco de Pista de Fondo que pega con Gol Sur, a partir de ese día, animaba cuando mi abuela animaba, o sea, cuando nosotros animábamos, y se levantaba cuando lo hacíamos nosotros. El Sevilla acabó quinto y cayó en semifinales de Copa. El Madrid volvería a robarnos con el gol de Luis Fabiano que sacó Albiol de dentro de la red, pero volvimos a la UEFA. Con respecto a este gol fantasma, no soy objetivo. Es una cuestión de percepción, los linieres no son máquinas, no supieron en ese momento si fue gol, pero no lo concedieron por ser de quien es y contra quien.

Esta historia no estaría completa sin mencionar a muchos de los que, por suerte, he vuelto a ver este último mes. Digo “por suerte” pensando en nuestra desgracia. El pasado 4 de julio la vida se llevó al cielo a tres de nuestras niñas del Nervión: Esther Verdugo, Rosa González y Virginia Barea. A las tres las conocí en esta época. Puedo sentirme afortunado de haber sido su amigo, además de haberme enamorado concretamente de Virginia.

La mayor parte de los lectores no las habrá conocido y no me siento en el deber de presentarlas. Sin embargo, ustedes sí saben lo que es un equipo, un grupo, una familia. Quiero recordar que la vida, como el fútbol, no es justa para todos. La justicia la impartimos los humanos y cuando pasan estas cosas, esta justicia también la compartimos.

La consecuente justicia que se ha derivado no es fruto de la pena. Como en el caso de Antonio Puerta, el cariño y el respeto, el amor, han vuelto a unir a un grupo de amigos para honrar a los que faltan. Y para honrar la muerte de nuestras amigas hicimos de nuestro estadio particular una caldera. Hemos cantado, bailado, brindado y bebido por ellas y por nosotros. Estoy tremendamente orgulloso de todos ellos, me han ayudado a estar mejor y a intentar que ellos lo estén. Si yo puedo, ustedes también.

Esta publicación está dedicada, como el resto de nuestras vidas, a ellas. Y poco a poco iremos muriendo todos, y espero que el resto se lo tome de la misma manera. Es lo que llamamos “justicia poética”.

Planten árboles, escriban libros, tengan hijos. Denlo todo hasta la muerte sin esperar nada a cambio.


PORQUE ALGÚN DÍA NOS MORIREMOS, PERO EL RESTO NO

No hay comentarios:

Publicar un comentario