miércoles, 15 de junio de 2016

1. CUANDO UN BÉTICO CONOCE A UN SEVILLISTA. 2005-2006

Comienzo esta crónica desde el mejor sitio para una derrota: la última fila del autobús de la 24-7. Acabando una semana previsiblemente maravillosa, solo queda pensar en cómo celebrar mañana una derrota. Seguramente será curioso. Lalo, a mi derecha, sigue haciéndonos reír aún en estos momentos. Mirándose la mano a lo Beto en Turín, dice por ejemplo: “Soy el Mozart de los coños”. Sí, terminó la semana de las finales y estamos vivos. Apretujaos, cansaos, sudaos, pero vivos. Cruzando los Campos de Castilla con una sonrisa en los labios.
El Sevilla F.C. ha ganado tres partidos fuera de casa esta temporada: contra el Bilbao en UEFA y contra el Betis y el Logroñés en Copa. El balance: clasificación directa a la Champions, campeón de la UEFA por quinta vez en 10 años y por tercer año “in a row”, como decían los amigos “reds”. Tenemos dos Supercopas, una de Europa y otra de España, para este verano contra dos de los tres primeros equipos españoles de la clasificación. Unai Emery hace cinco días escasos superó al mejor entrenador de la Historia del Sevilla hasta la fecha con frases como: para jugar así nos quedamos en casa. Quizás él también sea de los que piensa que en las finales nunca existe un equipo sevillista visitante.
El Sevilla nunca nos dio de comer, ni tampoco nos paga la bebida. No nos agradece los decibelios generados durante los 90 o los minutos que sea que dure el choque. No nos paga los viajes, ni tampoco los distintos fármacos contra el dolor de garganta, la fiebre, las quemaduras de la piel o lo que nos pase por seguirlo. Ni siquiera ha ganado tres puntos para los desplazados durante todo un año.
Acuérdate de lo que te dijo el abuelo: «Yo no tengo que animar al Sevilla. Es el Sevilla quien tiene que animarme a mí a base de goles. Yo pago, ya aporto más que suficiente». La puta verdad. A ver si encima de que son peores que una patada en los huevos voy a llegar afónico a casa, no por haberme cagado en sus muertos, sino por haberlos animado. Hasta ahí podría llegar la broma. ¿Pero qué te has creído que es esto? Es un negocio y tú, la comparsa. Nadie te va a pedir perdón por el fichaje de Dassaev, que, aparte de meterse goles él solo, era tan dado a caerse con el coche en el foso del rectorado. Nadie va a disculparse por llevar engañándote tres décadas con una historia insostenible; nadie da la cara por vosotros cuando ponen un partido a las once de la noche de un domingo. Ninguna grada remata los córneres. Si así fuera, los griegos y los turcos tendrían más Copas de Europa que nadie y muchos grandes estarían en regional, sin japoneses que les ladren
Pero nos representa. Y lo representamos allá donde vamos. Vacilamos de ciudad y de manera de ser contra cualquiera que nos pregunte, Nos une, nos hace más sociables y nos crea más enemigos. Nos hace perder tiempo, salud y dinero. Es una forma más de entender nuestra vida y la de los demás. Benditos los problemas del sevillista.
 Acude a su pueblo o ciudad un impresentable que lo observa todo con aire de condescendencia. Habla a voces, sonríe todo el mundo con una excesiva simpatía que a los tres minutos más parece soberbia que afabilidad. Enhorabuena, señora: un sevillano ha llegado a su localidad. Nuestra particular forma de ser, basada en que la suprema universal de medida es la ciudad de Sevilla, de la que presumimos de hasta del agua del grifo, nos ha acarreado la antipatía de casi toda Andalucía, donde mejor nos conocen, más nos sufren y raro es el municipio donde se nos soporta sin ningún tipo de altercado. Esta dudosa manera de conducirse por el mundo también tiene su lado bueno. Los equipos grandes no suelen pasarlo bien en ninguno de los estadios sevillanos. Hasta 2006 no se fundó en Sevilla una peña madridista, la cual duró muy poco; y los niños, en el colegio, después de preguntarse su nombre, siempre se interrogan acerca de qué equipo son, si del Betis o del Sevilla, siendo cualquier respuesta que se aleje de esta dicotomía por completo inaceptable
 Me es imposible comenzar a escribir nuestra historia desde otro momento que no sea la temporada del Centenario. Se hicieron las banderas que aún cuelgan hoy de las casas sevillistas, blanco sobre rojo.
Entraba en el Instituto Fernando de Herrera el 15 de septiembre de 2005 perfectamente indumentado con mi nueva camiseta del Sevilla: blanca con detalles rojos, el logo del centenario en las rejillas laterales y todos los jugadores que defendieron este escudo durante cien años escritos. Entraba en una clase de pijos bilingües de francés y en la que no conocía a nadie. En el primero que me fijé, por aquello de que iba vestido exactamente igual que yo, pero de verde, fue en el que ahora es mi hermano bético, Santi Roldán. Cuando mis hermanos, el bético y el de sangre, se conocieron, fue en casa del primero. Un 14 de junio de 2006. El segundo iba vestido con la misma camiseta que les cuento pero en negra con su nombre y dorsal:
J A B O

1

Jabo y yo éramos vecinos de Santi y ninguno lo sabíamos. Desde el balcón de casa de Santi se ve el nuestro, y se lo dije. Él respondió: “¿Tú eres el que lleva con la bandera roja colgada todo el año? Pues no me he cagao veces en tus muertos”. España ganó 4-0 ese partido con dos goles de Villa, uno de Alonso y otro de Torres.
Pero no adelantemos acontecimientos. Una plantilla de muchas dudas, que podría haberse metido en Champions el año anterior de no ser por el eterno rival, suelta a sus dos estrellas por varios millones de euros: Sergio Ramos y Julio Baptista. Los fichajes, el más ilusionante el de Saviola, y el nuevo entrenador, en vez de mi padre futbolístico, Joaquín Caparrós, es Juande Ramos. Aún no teníamos carnés del Sevilla. De esa UEFA recuerdo especialmente un partido que no vi por estudiar mi primer examen de francés: Sevilla 3-0 Besiktas, con una asistencia de Kanouté a Saviola y dos goles más del gigante de Mali a pases de Alves. La agonía radiofónica tuvo su recompensa y saqué un 7.

También recuerdo los cuartos contra el Zenit. Superioridad en el campo y en el resultado en el partido de casa, 4-1 en Nervión, pero la vuelta en San Petersburgo se complicó. Los que bromeaban con que el Sevilla tenía una segunda casa en Petrogrado por aquella época no se equivocaron: volvimos por tercera vez a Rusia, volveríamos otra vez y el Zenit es un equipo hermano, pero el clima hizo de nuestra nueva casa un infierno. Entre la nieve y el barro sufrimos un gol a principios de la segunda mitad, pero Kepa, quien protagonizó un hecho sin precedente para mi memoria futbolística (gol y expulsión en solo 5 minutos) empujó a la red una contra y servicio de Daniel Alves. Probablemente, y mira que es difícil, el mejor partido que yo haya visto del correcaminos de Bahía, quien actuó en todas las posiciones exceptuando la portería e incluso falló un penalti.

Monchi, hasta entonces y hasta ahora el mejor director deportivo que este club tendrá nunca, casi se marcha sin siquiera empezar. Nos lo cuenta Roberto Arrocha:
Ocurrió en el mes de abril de 2006. Es decir, hace prácticamente diez años. Monchi le dijo a su entonces presidente, José María del Nido, que tenía que comentarle algo y que le gustaría decírselo cuanto antes. Lo hizo. «Me voy. Tengo algunos problemas personales y quiero probar una nueva experiencia. El Almería quiere contratarme», fueron, a grandes rasgos, sus palabras al abogado. Justo antes de jugar la ida de las semifinales de la UEFA, ante el Schalke 04 y en Alemania, Monchi aprovechó para soltarle de un plumazo a su presidente lo que sentía. Quedó liberado y viajó hasta Gelserkichen de una manera mucho más tranquila.Sin embargo, a medida que iban pasando los días, y cuando ya había trascendido cuál era su decisión, Monchi empezó a sentirse mal. Cada día se le hacía más pesado y cada noche le costaba dormir más. Hasta que el domingo previo a la vuelta ante el Schalke, en aquel glorioso jueves de Feria con el que Puerta metió al Sevilla en su primera final europea, buscó a Del Nido y con la mirada ya le empezó a decir que tenía algo que comentarle. Lo hizo con muy pocas palabras, tal vez, las únicas que le salían del corazón. «No me puedo ir. Lo que siento no me deja
Llegamos al día más especial de la historia del sevillismo: 27 de abril de 2006, jueves de Feria.
Ya en la grada, después del calentamiento de ambos equipos, salió el Arrebato a cantar el himno. Era todo demasiado perfecto. Un día radiante de abril en Sevilla, en Feria, campo lleno, afición volcada, un equipo realmente bueno, el himno, las bufandas. Sería una derrota memorable. Mi pesimismo o cualquier indicio de raciocinio se disipó en el momento en que cayó, cubriendo toda la grada baja de gol norte, el banderón que mostraba a Astérix y Obélix, vestidos de rojo y blanco, con la Copa de la UEFA en sus brazos, huyendo de tres tíos vestidos del Steaua de Bucarest, Middlesbrough y Schalke. El verdadero espectáculo de estos tifos está debajo de la bandera. La gente empieza a cantar en bloque sabiendo que el partido está a punto de comenzar. Cuando los abonados de las esquinas de la grada de gol norte se levantan sabemos que acaba de salir el equipo. Siempre me decía lo mismo entonces: «Ya está ahí el Sevilla». Gritos, avalanchas, banderas, alguna bengala. Y cuando por fin se levanta el telón que tenemos delante, como un caballo de carreras al que le quitan la venda de los ojos y el freno de la boca, ya no se puede parar.
Es la primera vez que recuerdo que se cuelga el cartel de no hay billetes, y la segunda ha sido diez años después, el otro día, contra el Shaktar. Ese jueves fue la primera y única vez que nos montamos en un coche de caballos. Aún no se acostumbraba la gente a ver bufandas del Sevilla en la Feria. Diez años después, cualquier jueves. Antena 3 tenía el derecho de televisión de ese partido, pero no lo emitió. Aún no saben lo que se perdieron. Fue el primer partido que Sevilla FC Televisión, a través de la tele alemana ZDF, retransmitió, y nosotros lo vimos en un bar de Castilleja de la Cuesta con mi padre de una manera parecida a esta. José Lobo, en cambio, lo sufrió en Gol Norte.
En más de media vida detrás de una portería te acabas acostumbrando a una imagen fija del fútbol. No me gusta ir a preferencia o fondo, aunque es obvio que se ve mejor. Se ve demasiado bien. El gol del ascenso de Inti Podestá en la portería de gol sur no lo celebró nadie con más euforia que los hinchas de gol norte por la incertidumbre de asegurarnos si en efecto había entrado o no. También sabes a la perfección cuándo un tiro va entre los tres palos y cuándo saldrá fuera, por mínimo que sea el desvío del disparo. Cuando Antonio Puerta recogió el pase de Jesús Navas y le pegó de primeras a la pelota sabía que iba adentro. En las aproximadamente setecientas veces que he visto ese gol, siempre pienso lo mismo: «gela, hijo de puta». Con el miedo por la incertidumbre del resultado, el cansancio de tantos días sin comer y los tres paquetes de tabaco que llevaba en los pulmones aquel día, lo que en realidad dije, al ver salir el balón de la zurda de Puerta fue: «Hostia, gol». Tan inconcebible como si de pronto viera un segundo sol en el cielo. Hostia un gol del Sevilla que supone una final. Un gol de los míos que valdrá algo más que unos puntos. En este estadio que parece construido para otros, en el que los dos partidos de más importancia que se han celebrado aquí son aquel Alemania Federal-Francia y la final de Copa de Europa entre Barcelona y Steaua. Un gol de un canterano, sevillano, nacido en Nervión, en el minuto cien de partido del año cien de nuestra historia. Ya digo. Todo era demasiado perfecto

Primera celebración en la portada y en la Feria, de tantas que quedan. Estábamos en la Final de la UEFA. 10 de mayo de 2006. Aunque lo viésemos en casa de mi padre, todos fuimos a Eindhoven. Al pensamiento se me viene la cara del incombustible portero australiano mientras entra la pelota y Jesús Alvarado narrando el primer gol del Sevilla moderno en una final: “Luis Fabiano de cabeza…”.
 Maresca metió el segundo, los ingleses se vinieron abajo, les cayeron dos más, y se acabó. A la salida, perplejo, viste al resto de sevillistas buscar las lanzaderas que los llevarían al aeropuerto. Tan normal como otro partido cualquiera. Pensabas que el día que el Sevilla ganase un título se abrirían los cielos, aparecería un tío con barba y un triángulo encima de la cabeza y, mientras un coro angelical entona el Sederunt Principes, te dijera: «¿Lo ves, cacho mamón? ¿Ves como todos estos años iban a tener recompensa? ¿Ves como había que perseverar despreciando la razón, el sentido común y hasta el más elemental decoro? Anda. Ve y vive. Tu fe te ha salvado». Algo, coño; alguna señal. Pues no. No pasó nada. Del mismo modo que tras Oviedo no se hundió el cielo sobre la tierra, después de Eindhoven la vida seguía. Se han quedado contigo

No hay comentarios:

Publicar un comentario